martes, 11 de diciembre de 2007

Otra de Catón

Vuelvo a compartir con ustedes un artículo mas de Catón.
Don Astasio, tenedor de libros, llegó a su casa y -como de costumbre- halló a su esposa, doña Facilisa, entrepiernada con un desconocido. Colgó el mitrado en la percha su sombrero y fue al chifonier donde guardaba una libretita en la cual solía anotar dicterios para enrostrar a su mujer en tales ocasiones. Regresó al lugar de los hechos y dijo a la pecatriz: «¡Galocha!». Ese adjetivo, usado por Espinel en sus relatos, se aplica a la fémina de mala vida. «¡Perdóname, esposo mío! -gimoteó, tribulada, doña Facilisa-. ¡Es que soy una mujer débil!». Rebufa don Astasio con enojo: «¿Y acaso crees, desdichada, que la cosa ésa es vitamínica?»... Babalucas salió a pasear en automóvil con su novia Listela. Ella, hábilmente, le sugirió que fueran a un solitario paraje llamado «El ensalivadero», pues ahí se reunían las parejitas en la noche. Hubo besos y abrazos, desde luego, todos debidos a la iniciativa de la premiosa chica. Después del incitante prólogo ella le dijo a Babalucas con tono sugestivo: «¿No quieres ir al asiento de atrás?». «No, gracias -respondió muy cortés el badulaque-. Prefiero estar aquí adelante contigo». Ella insistió, pues a causa de las caricias iniciales estaba ya lista para el capítulo siguiente, y juntos fueron entonces al asiento posterior del automóvil. Ahí siguieron aquellos encendidos prolegómenos. Acezante, le preguntó Listela a Babalucas: «¿Usas en estos casos alguna protección?». «Claro» -respondió él. Y puso los seguros a las puertas. La muchacha alzó los ojos al cielo, pero luego recordó el asunto que la había llevado ahí y los volvió a bajar. En ardimiento de pasión carnal le dijo, anhelosa, a Babalucas: «¡Pídeme lo que quieras, Baba!». Responde él con ansiedad igual: «¡Un estéreo para el coche!»...
Los compatriotas a quienes damos el nombre de «paisanos», los mexicanos que se han ido a vivir y trabajar en Estados Unidos, son en verdad héroes anónimos. De no ser por ellos, que envían a México parte de sus ingresos, habría habido ya una conflagración social en este país. Por eso siempre he dicho que deberíamos levantar una estatua al Migrante, así con mayúscula. En estos días numerosos paisanos vienen a visitar a sus familias. A lo largo de la ruta muchos de ellos sufren exacciones: policías inmorales aguardan su venida para expoliarlos y sacar provecho de ellos. Esa es una villanía. Todas las autoridades deben conjuntarse para hacerles más fácil el camino a esos hombres y mujeres sin cuyo trabajo y sacrificio muchos mexicanos de acá de este lado no podrían subsistir. Si usted sabe de algún abuso cometido contra algún paisano, denuncie al irresponsable responsable. Por mi parte yo prometo no usar ya la expresión «conflagración social», que a más de ser rimbombante puede poner temor en la República...
El gendarme vio a un hombre que iba corriendo por la calle, desalado. Lo alcanza y le pregunta: «¿Por qué corre usted así?». Explica el individuo hecho una furia: «Aquel sujeto que va allá me preguntó la hora. Le contesté: ’Falta un cuarto para las 12’. Y me dijo: «A las 12 en punto vaya a tiznar a su madre’. Luego soltó una carcajada y se echó a correr». «¿Y para qué corre usted? -inquiere el genízaro viendo su reloj-. Todavía le quedan 10 minutos»... En la cubierta del crucero una señora agarraba con ambas manos su sombrero para evitar que se lo arrancara el viento. Un pasajero va hacia ella y le dice: «¿Se ha percatado usted, madame, de que el aire le levantó el vestido?». «Sí -responde la mujer-. Ya me di cuenta». «¿Y está consciente -vuelve a inquirir el hombre- de que no lleva usted ropa interior, y que todas sus partes están a la vista?». «Mire, señor -replica ella-. Todo lo que ve usted ahí abajo tiene 70 años de edad. Pero este sombrero es nuevecito»... FIN.